domingo, 22 de abril de 2012

Ella se había limitado a observarle durante, aproximadamente, unos 5 minutos. En silencio.
- Bueno, ¡comencemos pues la entrevista!
- He de decirte que estoy algo nervioso. - se reía.
- No te preocupes. Tú limítate a hablarme de ti, que yo sólo tomaré unas cuantas anotaciones.
- Cómo quieras... El caso es que he venido aquí por el anuncio que pusiste. He estado investigando, y coincido en muchos de tus gustos: musicales, gastronómicos... Estoy de acuerdo con muchas ideas que tienes, y las que no comparto, las respeto. Creo que, si me escoges entre toda la gente que haya leído tu anuncio, podríamos sacar algo en limpio de esta posible relación.
- Ya. Pero es que verás... Lo siento, no puede ser.
- Vaya. - ella seguía impasible, y él estaba anonadado. - Pero, ¿por qué? ¿No soy de tu agrado?
- Sí, bueno, sí lo eres. Pero no eres... Cómo decirlo... un príncipe azul.
Dicen que en boca cerrada no entran moscas. Pero puedo jurar que en ese momento todas las moscas que pudiese haber en la sala, cualquier resto de vida existente, se hubiese escapado de allí al ver la cara de incredulidad de él.
- Comprendo.
En una palabra, había conseguido resumir la mentira más grande que había dicho. Se levantó en silencio, guardó otra vez su personalidad y virtudes en el saquito interior de dónde las había sacado, y abrió la puerta mirando a la libretita de la chica, donde ella tachaba su nombre en una lista. Acto seguido, concluyó:
- Si encuentro a un pitufo de la realeza, tranquila, que no dudaré en avisarte.

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